Me tenían con el hola. El universo de "Warhammer 40.000" me ha fascinado desde que mis pobres padres, sin saber que estaban criando a un friki en potencia, me regalaron un "Cruzada Estelar"; y sigo guardando varias ediciones de los reglamentos, tanto del juego de miniaturas como de los de rol, como oro en paño, desde aquel mítico "Rogue Trader".
Si estás mínimamente interesado en el mundillo de los juegos de mesa, te parecerá raro no haber estado viendo cosas sobre este juego por todas partes: es un juego de los autores de cosas como "Cyclades" o "Mr. Jack", con ilustraciones de Vincent Dutrait, ¡y va de piratas! Y, sin embargo, ahí lo tienes, más o menos ignorado, puesto en alguna que otra tienda con su caja tan cuca.
Voy a ser sincero: no tengo ni idea de cómo empezar esta reseña, como tampoco tenía ni idea de qué esperar de este juego. Todo lo más había visto imágenes de él y su estética burtoniana y había leído algunos comentarios de los que deducía que era una especie de juego de contar historias. Bueno, me dije, vengo del mundo de los juegos de rol, así que vamos allá.
En la mayoría de juegos el factor escapista está muy presente, y si preguntas a gente por qué juega siempre encontrarás más de un caso en el que la respuesta sea "juego para vivir otras vidas" o algo incluso más cursi si cabe. Algo de verdad tiene que haber cuando empezamos a mirar en los catálogos de novedades y vemos que se nos invita a ser magos, elfos, emperadores, magnates, generales, aventureros, piratas, ninjas, exploradores, almirantes...
En este juego somos... espera que lo mire... ah, sí, legati Augusti, representantes de Augusto, el primer emperador romano, y estamos intentando mantener el imperio unido enviando nuestras legiones a las distintas provincias y usando nuestro poder e influencia para atraer a poderosos senadores a nuestro lado, todo ello mientras competimos por el favor del emperador.
Hace unos meses hubo una especie de fiebre por este juego, básicamente por el hecho de que a todos nos mola cuando encontramos algo que nadie parece conocer y nos erigimos en paladines divulgadores de la santa palabra lúdica. Que si era el familiar definitivo, que si hacía obsoleto a "Catan", que si qué kawaii y qué indie es todo.
Allá por 2003, Michael Schacht sacó el ya clásico "Coloretto", un juego de cartas ligero pero con muy mala leche en el que tratábamos de conseguir puntos en tres colores de cartas, mientras que los demás colores nos restaban puntos. El juego estaba muy bien, y llegó a aparecer en la lista de recomendados para el Spiel des Jahres de aquel año.
Esto de reseñar (o preseñar) juegos que aún no han salido al mercado es muy delicado, ya que siempre puede haber cosas que cambien o que directamente se dé el caso de que el juego en cuestión nunca vea la luz. Por eso cuando Israel me preguntó si, aprovechando las jornadas Ludo Ergo Sum, podía acercarme a probar este juego acepté un poco con la boquita pequeña.
Cuando llevas un tiempo en este mundillo, empiezas a cogerles el truco a los autores con más nombre: sabes que Uwe Rosenberg va a sacar juegos de conseguir recursos y cambiarlos por construcciones, que Corey Conieczka va a meter un montón de cartas y fichitas de cartón, que Stephan Feld va a darte mil opciones distintas para ganar puntos de victoria...
El Spiel des Jahres es el premio más prestigioso de juegos familiares del mundo (tanto que siempre hay algún intento de copiarlo por ahí), así que me veía en la obligación moral de, al menos, probarlo para contaros qué tal estaba el ganador de la edición de 2014 y cómo se comparaba con los otros nominados, "Splendor" y "Concept".
Antes de dedicarse a publicar una y otra vez el mismo juego, Uwe Rosenberg era conocido por publicar una y otra vez expansiones para Bohnanza. ¿Qué tenían de especial esas judías con cara de haberse pasado con los tripis para provocar tal monomanía? ¿Realmente esas expansiones estaban pensadas más allá de "a ver qué juego de palabras me invento ahora con Bohn (judía en alemán)"?
Es curioso cómo, cuanto más horrible sea un tema para nuestras vidas reales, mejor parece adaptarse a un juego. Guerras, engaños, masacres zombi, mundos apocalípticos, monstruos, traiciones, Stephan Feld,... Ninguno de nosotros querría algo así en nuestro día a día pero, por algún motivo, nos lo ponen en una mesa con figuritas de cartón, plástico o madera y ya no somos tan melindrosos.
Dejadme, niños y niñas, que os cuente una historia sobre los antiguos tiempos. Érase una vez, la idea de que tres o cuatro personas adultas y sanas se sentaran en torno a una mesa para tirar dados y mover fichas de un lado a otro durante un par de horitas por voluntad propia resultaba extraña. Por aquel entonces, sólo los más raritos hacían algo parecido.
Si me conocéis, ya sabréis que "Memoir '44" es uno de mis juegos favoritos, así que cuando este juego fue presentado no pudo no despertarme interés, más cuando la adquisición y posterior abandono de la primera edición del juego me había dejado un gusto amargo en la boca, a lo que se sumaba que la versión que publicaron adaptada a "Canción de Hielo y Fuego" no me acabó de convencer.
Pocos juegos modernos tienen peor fama en el mundillo que éste, y si sale el nombre en una conversación, siempre habrá alguien dispuesto a contar su historia de terror de partidas interminables o jugadas sin sentido. Por otro lado, estamos hablando de una franquicia de más de diez años que nunca ha dejado de producir expansiones, spin-offs y demás.
Hace un tiempo, cuando salió la campaña y posterior publicación de este producto, hubo un cierto revuelo en algunas redes sociales y foros acerca del tema, las ilustraciones y el modo de abordarlo. En cuanto a este asunto ya hablé en su momento y, la verdad, no me preocupé más por ello. Por lo poco que había visto del producto me parecía algo mediocre.
Estaba cantado: si juntas la pasión de la gente por tirar dados, por coleccionar cosas y por Marvel, un producto que uniera esos tres elementos y, además, a bastante buen precio tenía que petarlo. Todo el mundo lo vería, ¿verdad? Bueno, pues en Wizkids no lo vieron. O, como mínimo, pensaron que iba a ser un éxito, pero mucho menor.
Decían los abanderados de la posmodernidad que todo está inventado ya, que crear algo nuevo es imposible y lo único que nos queda es jugar con lo que ya tenemos, abandonarnos al pastiche y la reinterpretación. Algo parecido debió pensar Marc André cuando creó Splendor: ¿para qué complicarse la vida intentando buscar mecanismos novedosos o formas sorprendentes de mover cubitos y conseguir puntos de victoria?
La vida pirata es la vida mejor, o eso dicen. Y, aunque cuando uno se pone a leer un poco sobre el tema todo el halo romántico desaparece enterrado bajo miserias, escorbuto y rapiña, ¿quién no ha sentido nunca unas ganas de no sé qué cuando se encuentra con eso de bajel pirata llamado / por su bravura "el Temido" / en todo el mar conocido / del uno al otro confín?
Qué malo es eso que llaman "hype". Oyes un nombre por aquí, lees una reseña por allá, ves una partida por encima y, cuando te quieres dar cuenta, ya has hecho el pedido y esperando con ilusión un juego sin haberlo tocado siquiera. Bueno, pensé, al menos me ha salido barato y, si no me gusta, siempre lo podré colocar por ahí. Lo malo es que sí me ha gustado, y a ver ahora qué hago.
Perdona, ¿tienes un momentito para dedicarlo a la dominación mundial? No es mucho, de verdad: ocho minutitos. Bueno, tal vez quince, pero ya está. Conquistamos el mundo y nos tomamos otra, ¿qué te cuesta? Desde la aparición de "Risk", los diseñadores de juegos se han vuelto locos buscando un sustituto que nos diera toda la emoción de luchar por conquistar el mundo.
Hey, ¿qué tal? Que hemos quedado el viernes para cenar en casa de éstos. Te apuntas, ¿verdad? Guay. Oye, ¿te traes un juego de esos de los tuyos y así nos enseñas? Genial. Venga, nos vemos el viernes entonces. ¡Chao! ¿Y ahora qué? Éste es un momento que muchos aficionados a los juegos de mesa ansían tanto como temen, como cuando el jugador estrella del equipo de fútbol del cole se hace daño en la rodilla y sacan al utillero al campo.
Las reglas de este juego difícilmente podrían ser más sencillas: se juega con una baraja de ciento cuatro cartas numeradas, cada una de las cuales tiene además de una a siete cabezas de toro dibujadas. Cada jugador tiene diez de ellas, y cuatro más se colocan sobre la mesa. En cada turno, todo el mundo escoge una carta de su mano y se muestran a la vez, colocándose tras una de las cuatro filas.
Los juegos de roles ocultos, no es ningún secreto, me encantan. La mezcla entre faroleo, deducción e interacción social que ofrecen es única, y forman uno de los pocos tipos de juegos en los que todo el mundo está jugando todo el tiempo, en lugar de simplemente esperar a que les llegue el turno. ¿Cómo funciona este juego?